La amenaza de vetar el presupuesto aprobado por las dos cámaras del Congreso si no incluyese el artículo 75 con la derogación de las leyes que disponen recursos para las universidades y discapacidad parte de errores iniciales de todo tipo.
Legales, porque de haberse concretado su derogación la judicialización de ella misma invocaría que la Ley de Presupuesto tiene vigencia de un año y las dos leyes que pretende derogar no fenecen anualmente.
Fácticas, porque la mitad de los diputados y dos tercios de los senadores que continuaron tras las renovaciones de los cuerpos el 10 de diciembre y ya votaron cuatro veces a favor de esas leyes, cada una primero sancionándolas y luego rechazando con dos tercios el veto presidencial, entre los que se encuentra parte de los aliados de La Libertad Avanza en el Congreso, muy difícilmente podrían votar en contra de sus cuatro votos anteriores tan recientes sin padecer un alto costo político además del escarnio personal.
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Simbólicas, porque junto con el acuerdo con el PJ para nombrar auditores dejando fuera a sus aliados, provoca y humilla a los dialoguistas que le resultan imprescindibles para aprobar la modernización laboral trasladando el conflicto de Diputados al Senado con la consiguiente postergación de su tratamiento a comienzos de febrero, cuarenta días que pueden resultar vitales para el cambio de humor de la sociedad. La segunda semana de febrero se cumplirán los cien días que goza todo gobierno de total impunidad tras haber ganado una elección, en su caso la del 26 de octubre.
De hecho, la estrategia de la CGT y los líderes sindicales es casualmente posponer el tratamiento de la modernización laboral sabiendo que cada día que transcurra se consumirá una partecita del capital simbólico engordado por LLA en las urnas.
¿Por qué entonces el Gobierno estropea su segunda luna de miel, consumiéndosela por entero sin conseguir ninguna reforma? Algunos analistas conjeturan sobre la estrategia racional de hacerse el loco (Richard Nixon) para general temor en los oponentes que racionalicen con la mutua disuasión frente a los daños mortales que se le pudieran infligir incluso al ganador de la guerra, en este caso los gobernadores, que también saldrían dañados, en su caso económicamente, de no aprobarse el presupuesto.
Pero la estrategia racional de hacerse el irracional dispuesto hasta a la autoinmolación, por dogmatismo mesiánico o maximalismo operacional, requiere que se trate de una actuación y el actor siempre esté dispuesto a frenar centímetros antes del abismo. Y aun así, conlleva el problema de ser una estrategia efímera a partir de que se sumen amenazas incumplidas que hagan poco creíbles las siguientes.
El caso de la ley ómnibus: Bases 1, que fue retirada en febrero de 2024 con 667 artículos, volvió luego con 238 artículos y así logró ser aprobada seis meses después de la primera presentación, ¿fue un triunfo o una derrota de esa forma de negociar mostrando que se está dispuesto a soportar más dolor a cambio de producírselo al oponente? ¿Será ese el camino que recorrerá la ley de modernización laboral entre la presentada con pretensión de sanción exprés en el Senado esta semana y la que finalmente se trate a comienzos de febrero?
Lo mismo con la amenaza de veto al Presupuesto, aunque no se llegara a concretar, ¿cumple el papel de mostrar a un Poder Ejecutivo dispuesto a todo con el fin de amedrentar a los gobernadores para casos más cruciales como la modernización laboral?
Asumamos que Milei considere que haber logrado aprobar una ley Bases con un tercio de los artículos originales pero entre ellos el Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI), sumado a que su célebre Decreto 70/2023, con 366 artículos derogando leyes enteras, en su enorme mayoría haya logrado sostenerse porque Diputados nunca terminó vetándolo, sean todos triunfos resultado de haber actuado como alguien dispuesto a todo porque solo siendo o haciéndose el loco se podía lograr que un gobierno con enorme minoría legislativa pudiese contar con leyes aprobadas o DNU no derogados por el Congreso.
En ese caso, pasaría a valer el título de esta columna: “El escorpión muere de éxito”, porque es muy común en organizaciones e individuos, frente al éxito de una técnica, repetirla continuamente sin tener en cuenta que ya no se aplica o desapareció su ventaja competitiva y se termine muriendo de éxito porque precisamente lo que lleva al fracaso es la repetición de aquello que llevó al éxito. Y el escorpión, por la conocida fábula del escorpión y la rana, donde el instinto es superior al cálculo y el maximalismo es caracterológico y no operativo (bilardista como menciona el Presidente).
En la columna de ayer en el programa de las mañanas de Perfil que titulamos audiovisualmente “Milei y el juego de la gallina” se desarrollaron dos argumentos más de la teoría de los juegos: el de la gallina, donde el éxito depende de convencer al oponente de que uno es lo suficientemente irracional como para no retroceder jamás y la racionalidad puede ser una debilidad en contextos de confrontación extrema; y el principio de revelación, donde se establece: “Cualquier resultado alcanzable en un sistema donde los participantes ocultan información o actúan con astucia puede ser replicado por un mecanismo donde decir la verdad sea la estrategia más inteligente”. En este caso, Milei, exhibiendo las negociaciones de los gobernadores versus su “consistencia” conceptual, con el riesgo de que aquí el principio de revelación juegue en su propia contra al mostrar a un mandatario incapaz no solo de debate democrático sino de lograr las materias conducentes al logro de sus fines.
La moneda está en el aire, algún día caerá en contra del Presidente.
