22 agosto, 2025

Bailarina, actriz, amante: detrás de la muerte del cisne negro

Puede ser que la sola mención de Vera Karalli no provoque un automático respingo a los amantes de la danza ni del cine ni de la historia. Es probable que Anna Pavlova la haya eclipsado, que el blanco y negro le escatimara brillo o que el misterioso asesinato de Rasputín no evidenciara su lugar en el desenlace de la dinastía de los zares. Pero lo cierto es que el nombre y apellido de esta bailarina, actriz de películas mudas y amante de un Romanov conjugaban buena parte de lo que era importante para la sociedad rusa de comienzos del siglo XX.

Más allá de todas las licencias que una novela se toma lícitamente con los hechos reales, La muerte del cisne negro, de Alina Mazzaferro, le hace justicia al personaje. Ya en las primeras páginas, la autora deja por escrito esta intención rescatista cuando dedica su libro a las “mujeres postergadas, olvidadas, enterradas en el anonimato, borradas de un plumazo”.

“La muerte del cisne negro”, de Alina Mazzaferro (Emporio, $36.000)

¿Plumas? Perfecto. Las plumas nos devuelven a ella, con sus pájaros en la cabeza –habitualmente en la pantalla se la ve con sombreros alados- y ese tutú blanco de La muerte del cisne, que Fokine no creo para Karalli sino para su admirada antagonista, pero que sí llevó por primera vez al cine. Tirar de los hilos que el relato va dejando como rastros, página tras página, conduce una vez más hasta uno de los más apasionantes y cruciales fenómenos que tuvo el arte, los Ballets Rusos de Diaghilev, inagotable cantera de talentos (bailarines, coreógrafos, artistas plásticos, autores, músicos), de influencias y de anécdotas que tiene un vivo correlato en casi todo lo que vino después incluso hasta hoy.

Retrato de Vera Karalli como Odette en el clásico “Lago” de Tchaikovsky, 1906, perteneciente a la colección del Museo del Teatro BolshoiHeritage Images – Hulton Archive

En la “biblia” de Lynn Garafola (Diaghilev’s Ballets Russes, 1989) -que no solo relata y documenta el surgimiento, desarrollo y extendido impacto cultural de ese movimiento, sino que su apéndice final anota meticulosamente cada creación y representación que realizaron-, Vera aparece mencionada apenas una vez: nada menos que para el debut de la compañía, en mayo de 1909, en el Théâtre du Châtelet de París, con Le Pavillon D’armide. Esa noche es uno de los momentos que Mazzaferro recrea en su novela.

Karalli, en una escena del film “Después de la muerte”Heritage Images – Hulton Archive

Vera Karalli (1889-1972) es una de las tres protagonistas de la trama de conspiraciones, amores y traiciones que precede al asesinato del monje siberiano consejero de Nicolás II, pero el capítulo que abre la historia le pertenece. Allí lo más importante no es el veneno ni las balas ni si quiera la estrategia que la emplea como cebo para atraer a Rasputín hasta el palacio Yusúpov sino el perfil “la bailarina más famosa del imperio ruso”. Cuenta que, hija única de un próspero empresario teatral y una actriz, se crio tras bambalinas, de pueblo en pueblo, por los alrededores de Moscú hasta ingresar en la escuela del Bolshoi, donde el maestro Alexander Gorsky –bien conocido por revisar los clásicos de Petipa- sabría detectar que si bien no estaba especialmente dotada físicamente, era singular y exótica: el empeño y la pasión de su desinhibido vuelo, el porte griego y los ojos grandes lo apuraron a proclamarla con grandilocuencia “la nueva Isadora”. La apadrinaría con todas las intenciones hasta que ella decida irse.

“El Crisantemo”, de 1914

Cualquier interesado en estos temas reconocerá permanentes referencias al ambiente de la danza, a la rutina de sus artistas y el mundo del espectáculo, con cameos del legendario versus Moscú-San Petersburgo, el esplendor de los teatros imperiales y esos fuegos artificiales de ídolos que pertenecieron a una época (Nijinsky, Karsavina) que auguraba: “Menos circo, más arte”.

Como ocurre tantas veces ahora, motorizada por la curiosidad la lectura puede volverse hipervincular y, en este caso, un link conduce a las películas del cine mudo en las que Karalli actuó hace más de un siglo. Verán cómo ponen en jaque al atropellado y estimulante ritmo que acostumbramos llevar: dos casos, Crisantemos, de 1914 (se entiende ahí aquella promesa de la próxima Duncan), y La muerte del cisne, que ya en 1917 abonaba el estereotipo de fragilidad de la bailarina clásica, están YouTube. En ambas, los hombres la cortejan, le regalan flores, la traicionan. Sentada en su camarín, ella cose las cintas de sus zapatillas de puntas. Para muchas cosas sí y para otras cuestiones nada, el tiempo pareciera que no ha pasado.

Fragmento de la película “La muerte del cisne”, 1917

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