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El francés pasó a dormir una hora por noche y beber a escondidas. Ahora está 670° del ranking, pero superó la salvaje clasificación al Abierto de Francia. «Hoy soy feliz con cosas sencillas», aseguró.
Hace poco más de cinco temporadas llegaba a ser top ten durante un par de semanas. Hoy sobrevive, como puede, en esta jungla que es el circuito de la ATP. Está en el 670° del ranking mundial. Y también sobrevive a la vida, que es mucho más compleja, claro, que el tenis. Este jueves atravesó la no menos salvaje clasificación de Roland Garros y desde el domingo jugará el cuadro principal del segundo Grand Slam del año. El protagonista de esta historia de resurrección es Lucas Pouille (29), que tiempo atrás supo ser la gran promesa del tenis francés. Hasta que su cabeza explotó.
Un título en 2016 (Metz) en el que también hizo cuartos de final de Wimbledon y hasta se dio el gusto de vencer al español Rafael Nadal rumbo a los cuartos de final del US Open le valieron ser elegido por sus colegas como el jugador que más había mejorado aquella temporada. Nacía una estrella.
Tres coronaciones en 2017 (Viena, Stuttgart y Budapest, cada una sobre distintas superficies), con la conquista de la Copa Davis incluida, confirmaron su progreso. Hubo una quinta en 2018 (Montpellier). Los resultados mostraban que tenía pasta para ser protagonista en el circuito. Su resiliencia era una de sus características dentro de la cancha. No cualquiera gana una final en la que tiene match points en contra. Pouille lo hizo tres veces. No cualquiera le gana seis veces a jugadores del top ten.
“Empecé a tener un lado más oscuro y a entrar en una depresión que me llevó, después de Roland Garros, a dormir sólo una hora por noche y a beber. Era imposible cerrar los ojos. Estaba solo con Félix (Mantilla, su entrenador por aquellos días) y volvía a mi habitación a mirar el techo. Me hundía en una cosa espeluznante. me levantaba con los ojos hinchados. Todas las mañanas, Félix me preguntaba: ‘¿No dormís?’. Yo le respondía que sí, que tenía alergia a la alfombra, al polen, al césped. Le mentía«, se confesó este fanático del PSG de Lionel Messi en una larga entrevista con L’Equipe.
Y siguió: “Me encerré, no se lo dije a nadie. Estaba en una mala fase. Y tomé la decisión de decir basta. Si no, habría acabado en Sainte-Anne, en el manicomio. Por mi salud mental, tuve que dejarlo. Cuando sos joven y ganás dinero, te aprovechás de ello, ves prioridades donde no están en la realidad. Creo que el ego juega un papel muy importante. La impaciencia por volver al máximo nivel te desequilibran”.
“Tuve la oportunidad de vivir grandes emociones, de jugar los torneos más grandes del mundo, de hacer una semifinal de Grand Slam, dos cuartos, ganar la Copa Davis, títulos y luego pasar de eso a ser derrotado por el número 300 del mundo en la primera ronda de un Challenger. Si no estamos en sintonía con eso, no podemos ganar. No tuve la humildad necesaria y no es agradable pensar que te falta humildad”, se abrió con L’Equipe.
Durante la pandemia, mientras salía del pozo y se recuperaba de la operación del codo, puso en marcha una empresa que fabricaba dispensers de alcohol en gel y donaba parte de los beneficios a la Fundación de Hospitales de París. El sol, por fin, volvía a asomar.
El esfuerzo, al parecer, valió la pena. Tuvo la oportunidad de jugar la qualy de este Roland Garros. Primero le ganó al checo Tomas Machac. Después eliminó al taiwanés Tseng Chun-Hsin. Y este jueves se sacó de encima al austríaco Jurij Rodionov. Misión cumplida. Así volverá a tener una oportunidad en un grande. Justo en el torneo que homenajeará al último tenista francés que ganó en París. Sí, en esta edición 2023 que está por comenzar, se celebrarán los 40 años de la coronación de Yannick Noah, el rival que Pouille siempre soñó enfrentar.