19 julio, 2025

Una invitación a transformar la gestión de la enseñanza

La crisis de la educación (desde el inicio de la democracia hablamos de crisis) tiene una referencia clara en un mundo que está en una transformación que afecta fundamentalmente a las instituciones que fueron los pilares de la sociedad moderna. La escuela ha sido una pieza fundamental en la construcción y reproducción de nuestra realidad a lo largo de los últimos tres siglos. En su libro Liderazgo educativo. Para mejorar las escuelas, Claudia Romero interpela a los directivos escolares en su carácter de líderes de una institución que navega en una realidad en permanente cambio sin que exista una carta de navegación clara.

La autora les propone a los directores constituirse en los líderes de una gesta escolar anclando su hacer en lo que ya es y viene siendo, con una mirada en el futuro para producir lo nuevo, en diálogo con un mundo que ya no es el de antes. Es interesante, porque la escuela estuvo siempre en el camino entre lo que fue, lo que es y lo que se espera que sea. Sin embargo, hasta ahora esta secuencia se desplegaba como un continuo sin rupturas y el futuro era planeado como una prolongación del pasado, como una evolución de lo ya existente. Hoy, en cambio, hay un quiebre, una ruptura que exige a la escuela y a sus directores ser protagonistas de la gesta del futuro.

¿En qué condiciones se encuentran nuestros directivos para avanzar en esta empresa? El libro aporta el registro de numerosas investigaciones que dan cuenta de las características del cuerpo directivo y de los escasos recursos que el sistema les provee para avanzar en su proeza.

No hay en la normativa una diferenciación clara entre el rol docente y el del directivo. No se explicitan deberes ni derechos asociados al cargo. Ser director es un peldaño más en una carrera docente. Comparten con el resto del colectivo docente una alta rotación en los cargos, lo que los transforma en un cuerpo inestable que cambia continuamente y pocos de ellos cuentan con una formación de posgrado.

Las investigaciones muestran algunas características de la práctica directiva que son verdaderos hallazgos, porque muestran hasta qué punto hay una impronta que nos es propia en el trabajo diario de estos actores. Los directivos ejercen principalmente un liderazgo “interactivo”. Con este concepto la autora da cuenta de directores que consumen buena parte de su tiempo en el diálogo con los diferentes agentes (padres, alumnos, docentes) en la búsqueda de solucionar problemas puntuales, en la intermediación de conflictos, en la construcción de la concordia y en la escucha de problemas de unos y otros. Pareciera que los directivos tejen una institución en la que enlazan a todos individualmente sin que esto los sume en una tarea común. Como señala la autora, se ejerce un liderazgo de “contingencia”, que responde a las exigencias de cada día.

Otra de las “perlitas” de las investigaciones que comparte el libro es la escasa actividad pedagógica que desarrollan los directivos en su hacer cotidiano, ya sea en la observación de clases, el seguimiento de las tareas de los docentes o –menos aún– de los resultados del aprendizaje de sus alumnos. Esto explica, en muchos casos, la ausencia de iniciativas destinadas a superar los déficits en esos aprendizajes.

Hasta aquí las características generales del cuerpo directivo. Dentro de este conjunto pueden identificarse aquellos directivos que pudieron procesar de modo más efectivo situaciones de crisis como la pandemia. Es importante este dato, porque se podría pensar que estos directivos están mejor equipados para gestionar en un contexto de cambio como el que hoy estamos atravesando. En una apretada síntesis, los directivos de escuelas que logran atravesar las barreras críticas del contexto comparten rasgos comunes. Se trata de directivos con formación universitaria, con más de 10 años de antigüedad en el cargo, con experiencia anterior en cargos directivos y un fuerte sentido de pertenencia a su escuela. Este último elemento, que puede ser considerado como una condición que necesariamente debe estar presente en todos los casos, es difícil de lograr en un cuerpo en continua rotación, que pasa de una institución a otra, como ya ha sido señalado.

Hay mucho para aprender con la lectura de este libro. Se definen las dimensiones de la capacidad directiva entre las que se incluye el planeamiento estratégico, la comunicación para generar relaciones de confianza, la capacidad de liderar para conformar una comunidad profesional y la capacidad de generar mejoras en la práctica pedagógica.

Para finalizar, la autora también ofrece orientaciones para la política educativa. Es de esperar que quienes tienen la responsabilidad de tomar decisiones en este campo saquen provecho de los aportes que ofrecen los estudios que contiene el libro, así como de las líneas de acción que propone para transformar cada escuela y el sistema en su conjunto.

Licenciada en Ciencia Política, magíster en Educación

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