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Cada vez que se ingresa al túnel Luis Alberto Spinetta de avenida Congreso y Tronador, es casi ineludible ver la imagen pintada del Flaco y quizás, al menos, tararear alguna de sus hermosas, poéticas e inolvidables canciones, mientras se transita su barrio. Lógico, él repetiría: “Y, que querés… ¡soy un orgulloso vecino de Villa Urquiza!”.
Motivos sobran. Es un panorama de casas familiares con hábitos tranquilos, bienestar, cultura, salidas gastronómicas, paseos y lugares de recreación al aire libre, clubes, templos y sitios en la memoria que enriquecieron la zona. A diferencia de otras comunas, no para de crecer y logra altas cotizaciones en el rubro del real estate.
Cualquier caminata de fin de semana evidencia un perfil de residencias de una y dos plantas, nuevos edificios balconeados o espacios verdes que muestran que hay vecinos con muchos años de localía; pero también quienes adoptaron Villurca –como le dicen muchos–: gente joven de entre 30 y 45 años, de buen pasar económico, paseando una mascota o rumbo a algunos de los cafés de especialidad o a un bar.
Este “pasarla bien” está en el ADN local. En 1889 –dos años después de su creación– un censo contabilizó 2.324 personas, entre chacareros y quinteros con sus familias, quienes habitaban 297 casas. En tanto que otras 60 edificaciones eran almacenes, carnicerías, panaderías, verdulerías, tambos, fábricas de cristales, jabón, velas… pero también había elaboradoras de cerveza, vermut, licores y vinos para abastecer el circuito de los rubros café, bar, restaurante, fonda, billar y despacho de bebidas. O sea, ¡hace 136 años ya era un polo gastronómico!
Nació con el nombre de “Villa Catalinas” el 2 de octubre de 1887, durante la intendencia de Francisco Seeber (1841-1913), político, militar y empresario. Seeber, quien encabezaba el proyecto Muelle de las Catalinas en “el Bajo”, necesitaba una cantera para extraer material de relleno ribereño. Con ese propósito, compró 66 manzanas en las tierras altas de la zona de la actual Villa Urquiza (por aquellos tiempos, Partido de Belgrano). Como vivían muchos entrerrianos (además de españoles e italianos), impulsaron el nombre de don Justo José de Urquiza para su circunscripción.
La mayoría de los “catalinenses” tenían gallinas, conejos, árboles frutales, hornos de pan y chacrita con verduras; mientras que cada día pasaba algún tambero vasco con su boina, los tarros de zinc y un par de vacas para completar la alimentación. Las autoridades, para terminar de perfilar el pueblito, sumaron los terrenos linderos de las villas Modelo y Mazzini y armaron el trazado de las manzanas.
Un año más tarde, crearon la parada de trenes “Ferrocarril Poblador”, del Ferrocarril Buenos Aires-Rosario (luego llamada Estación General Urquiza). Fue don Seeber quien le dio un significado religioso al lugar, donando tres lotes para levantar la primera capilla, Nuestra Señora del Carmen.
Es uno de los cuatro barrios bajo la órbita de la Comuna 12 y abarca una superficie de 5,4 km2, delimitada por las arterias La Pampa, Naón, un tramo de Roosevelt, luego tres cuadras por Tronador, un recodo por Congreso y siguiendo por Plaza hasta la calle Núñez durante unos 800 metros. Desde allí, recorre una cuadra de Galván, continúa por Crisólogo Larralde durante casi dos kilómetros y, finalmente, toma la avenida Constituyentes hasta su confluencia con La Pampa.
Se lo extraña, pero el Flaco siempre está. Ni hace falta su apellido. Desde 2016, su nombre está en ese transitado paso bajo nivel, donde, en su inauguración, se emplazaron obras con imágenes de los discos de sus bandas: Pescado Rabioso, Almendra, Invisible, Spinetta Jade y Socios del Desierto. Aún hay murales que alegran el alma… porque vivió en este barrio durante más de dos décadas, desde 1989 hasta su muerte en 2012. Su primer hogar estaba en Miller y Manuela Pedraza; el segundo, en Iberá 5009, casi esquina Pacheco, una casa-estudio a la que llamó “La Diosa Salvaje”, como una de sus composiciones.
Es un barrio francamente musical. Alejandro Lerner también tuvo aquí, durante tres decenios, su espacio: El Pie Recording Studios, en Quesada al 5100. Allí produjeron intérpretes como Fito Páez, León Gieco, Charly García, Gustavo Cerati y Joaquín Sabina, así como las bandas Catupecu Machu, Rata Blanca, La Renga y Los Caballeros de la Quema, entre tantas otras.
Asimismo, en Mariano Acha al 3000 está el Estudio del Nuevo Mundo, del histórico sello Melopea de Litto Nebbia, montado en la vivienda de su madre. Allí también registraron sus temas una larga lista de entrañables artistas, como el Dúo Salteño, Andrés Calamaro, Roberto Goyeneche, Rubén Rada y Atahualpa Yupanqui. Es más, en Naón 1908 tuvo trayectoria el Estudio Supersónico, donde grabaron Soda Stereo e Illya Kuryaki and the Valderramas. Además, los Pimpinela (Lucía y Joaquín Galán) vivieron aquí durante su infancia y adolescencia, recuerdos que suelen citar con emoción.
El eje de la vida cristiana pasa por la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, cuya piedra fundamental se colocó en 1890 en los lotes que donó Seeber cuando era intendente. Es una mezcla de estilos arquitectónicos, ya que inicialmente primaba lo neorrománico, pero en los años 30 se le otorgó un aire medievalista con una cúpula de tipo sajona, que se trata de fusionar con el color ocre colonial.
A la vez, es muy representativa la Iglesia San Patricio, en la esquina de Echeverría y Estomba, de los monjes palotinos irlandeses, surgida para atender una demanda de los feligreses de habla inglesa, al margen de su nacionalidad. En la actual construcción de 1930 aconteció un trágico suceso que conmovió al país el 4 de julio de 1976: fueron asesinados los padres Pedro Dufau, Alfredo Leaden y Alfredo Kelly, y los seminaristas Salvador Barbeito y Emilio Barletti, crímenes perpetrados durante la dictadura militar.
Por supuesto, por muchos motivos, desde 1912 es muy apreciada la altiva sucursal del Banco Nación en Triunvirato y Roosevelt, con un desmesurado portal y elevados ventanales. De hermosa factura del academicismo francés, cumplió su propósito de mostrar el poderío del Estado. Es una obra del arquitecto belga Julio Dormal, quien también fue responsable de la conclusión del Teatro Colón y del Parlamento.
Como se dijo, en 1889 fue crucial la Estación Urquiza debido al incremento poblacional, aunque no tenía aspecto de estación inglesa. Su fisonomía baja e italianizante se conservó, y se le añadieron estructuras como la singular garita de los guardabarreras y la cabina de señales.
Tristemente, un hito que el tiempo arruinó es el Mercado Urquiza, sobre Triunvirato casi Monroe, a metros de la boca del subte. Fue inaugurado en 1929 con todos los requisitos higienistas para los puestos de abasto; pero, con los años, fue decayendo y perdiendo sus tradicionales espacios de carnes, verduras, frutas, semillas y plantas. Hoy, sólo quedan una fiambrería y una pescadería, accesibles por la única entrada de Monroe.
Memorabilia mediante, siempre se habla de la fábrica ítalo-francesa de cigarrillos Avanti, que se instaló en el barrio en 1904, en Guanacache 5621 (hoy Roosevelt), abarcando una manzana completa y con varios pisos. La marca se hizo popular gracias a sus avisos publicitarios y afiches callejeros. En su apogeo, daba trabajo a 1.500 personas, en su mayoría mujeres. Cerró en 1969, fue demolida, y en esa hectárea se levantaron cinco torres de viviendas.
Hablando de adicciones que fueron hábitos, como fumar o mascar chicles, un edificio voluminoso y funcionalista es el de la ex fábrica de Chiclets Adams, en Holmberg y Roosevelt, donde funciona desde 1985 la Sede Drago de la Universidad de Buenos Aires. Produjo sus gomas de mascar de menta y tutti-frutti durante 40 años, y su personal era esencialmente femenino; los hombres sólo se ocupaban de las tareas mecánicas o eléctricas.
Otro recuerdo del distrito era un microbarrio (Congreso, Larralde, Colodrero y Avenida de los Constituyentes) llamado curiosamente La Siberia, nombre que tiene un par de versiones. Lo cierto es que era un páramo con pajonales y pantanos, contaminados por el humo de los hornos de ladrillos, sumado a la pobreza y la marginalidad. Era como ir a la desolada Siberia rusa, decían, si bien otra leyenda adjudica a Gardel haber usado esa expresión cuando tuvo que cantar en el Teatro 25 de Mayo.
Una presencia arquitectónica posmoderna es el complejo de la Comunidad Japonesa Soka Gakkai (de orientación budista), en Donado y Mendoza, una creación edilicia del afamado Clorindo Testa, con una singular dinámica de formas voluminosas donde lo más significativo es el auditorio. La luminosidad y la fachada buscan transmitir espiritualidad.
También son tradicionales y apreciados los espacios verdes, donde el rectángulo hegemónico es la Plaza Echeverría, por ser neurálgica y foco de paseos y actividades. Está emplazada entre las calles Bauness, Rivera, Capdevila, Nahuel Huapi y Triunvirato. En 1895, en un terreno cedido también por Seeber, se plantaron los primeros árboles, se pusieron bancos de madera, faroles a kerosene y un alambrado de protección para evitar la entrada de animales.
La segunda plaza, muy concurrida y centenaria, es la Plaza Zapiola (Mariano Acha, Juramento, Donado y Echeverría), inaugurada oficialmente en 1915; un año después contó con bancos y luz eléctrica. Un pequeño pedestal con un mástil lleva una placa que recuerda que el brigadier general José Matías Zapiola (1780-1874) fue uno de los fundadores de la Logia Lautaro y un guerrero de la Independencia. Más reciente, de 1942, es la Plaza Marcos Sastre (Valdenegro, Monroe, Miller y propiedades particulares paralelas a Franklin D. Roosevelt), que tiene cierta notoriedad porque aquí existió, a finales del siglo XIX, un cementerio; además, rondan relatos de fantasmas y otras manifestaciones paranormales.
Estrecho (entre Donado y Holmberg) y a la vez extenso, el Parque Roberto Goyeneche –en homenaje al cantor de tangos– recorre cinco cuadras de Villa Urquiza y prosigue en Coghlan. Convoca diariamente a quienes tienen rutinas de caminatas, escoltan a sus perros o practican alguna actividad aeróbica.
En términos deportivos, hay muchas instituciones enraizadas. Una es el Círculo General Urquiza (Roosevelt 5345), fundado por vecinos en 1915 y que, en algún momento, se llamó “Todos o Ninguno”; sus primeras disciplinas fueron pelota a paleta y boxeo en la terraza. Desde entonces se dedica a varios deportes, talleres y artes.
Una década después surgió el Club Social y Deportivo Pinocho (Manuela Pedraza 5139), por iniciativa de algunos chicos motivados porque uno de ellos había leído en una revista española que había que formar clubes con ese nombre. Curiosamente, es un personaje de origen italiano. El club ofrece múltiples actividades y se destaca en futsal.
También es querido por los vecinos el Club Río de La Plata (Iberá 5257), dedicado a numerosas disciplinas deportivas, gimnasia, danza y patín, con un salón de fiestas y un buffet completo. Algo similar ocurre con el Círculo Penacho Azul (Tamborini 5658), fundado en 1937, que, al igual que otros, centra su razón de ser en ofrecer oportunidades sociales y competitivas a los chicos.
El hecho más notorio en Villa Urquiza es la intensificación de la presencia pública y social que combina bienestar y placer. Así como las familias, parejas y amigos disfrutan de plazas y plazoletas, cada vez es más frecuente la costumbre de salir y ocupar alguna mesa para tomar o comer algo.
Entre los clásicos está el Café de la U (Triunvirato y Roosevelt), ubicado en una esquina en diagonal a la estación del Ferrocarril Mitre desde 1986, que sus habitués valoran por la camaradería con la que atienden. Es uno de los cafés notables de la Ciudad y, al margen de su buena sandwichería y las crepes de espinaca con champiñones, su decoración atesora imágenes barriales del Flaco Spinetta.
En esta línea de salidas, el bulevar de la calle Mendoza es territorio de muchas opciones gastronómicas con mesas al aire libre, gazebos y toldos, como Estilo Misión, restó y casa de té, con terraza, mesas al aire libre y un menú variadísimo. Inigualables, los sorrentinos de jamón y queso con salsa Misión (fileto, crema, camarones y verdeo).
Alrededor de la Plaza Echeverría y las calles aledañas sucede algo parecido, con un incremento de casas que hoy funcionan como ámbitos de buena cocina. En este contexto, surgió y crece un circuito gourmet que hasta tiene nombre: DoHo. Le dicen así para demarcar que este estilo de buen vivir se da entre las arterias Holmberg y Donado, desde La Pampa hasta Monroe.
Restaurantes, bodegones, pizzerías, bares, heladerías, cafés y vinotecas atraen a los foodies para degustar desayunos, brunchs, picadas, almuerzos, meriendas y cenas.
El café de especialidad Ninina es uno de los pioneros en el rubro. Orlando Pucheta, el encargado, explica que “lo más dulce de la casa es la torta ‘Ninina’, con base de merengue, marquise de chocolate, crema chantilly y chocolate amargo rallado; mientras que la especialidad es el café, por lo que contamos con nuestra propia tostadora de granos de Brasil, Guatemala y Honduras para diseñar nuestros blends”.
Tantísimas variaciones suscitan encuentros; por otra parte, los potenciales clientes están atentos a lo nuevo, a lo diferente, abiertos a probar… y las redes sociales contribuyen a una movilidad particular, sobre todo los fines de semana. Incluso se asocian con lo fitness, y es común ver grupos de ciclistas que no excluyen alguna parada placentera para premiar el paladar. “Somos un grupo de entrenamiento que nos identificamos como team Puma porque el entrenador es José Luis Rodríguez”, cuenta a LUGARES Martín Albarracín, entre risas y con algo de divertido pudor por la alusión al cantante así apodado.
“A veces vamos hasta Escobar, pero hoy estuvimos entrenando en Parque Sarmiento y, como siempre, terminamos tomando un cafecito aquí; es como un ritual, aunque somos de distintos lugares, pero elegimos venir a Villa Urquiza y a este café… y no dije su nombre”, acota sonriendo el ciclista. “En rigor, rodar es una excusa para terminar en esto, digámoslo”, agrega una de las chicas, y las carcajadas brotaron. Estaban en Cigaló Café, sobre Holmberg, donde las tentaciones son de pastelería y comidas.
También es concurrida la panadería y repostería Candela, con consumidores que disfrutan en las mesas o salen con su bolsa de delicias, entre ellas las tostadas de pan de campo. Al mediodía, si el apetito apunta a pizzas, son demandadas las mesas de varias ofertas con sus particularidades, como la muy itálica Filippa, con horno a leña. En la misma cuadra se llena de comensales jóvenes Tiberio Ribs & Burges, y para otras búsquedas más vernáculas está Ache de Lugo, con una carta de comida tipo casera que suma toques modernos.
Fuerte en la ochava de Donado 1802, en una antigua casa, se encuentra El Bohemio, “con su propio sello culinario desde hace una década. Marcelo Cabas y Carla Porto abrieron el lugar como un cafecito, digamos, porque en ese momento no era esta zona un polo gastronómico. Evolucionó y también la cocina, sin importar si era un restaurante o un bodegón, porque convergen varias influencias y estilos en la carta”, expresó el chef Germán Gutiérrez.
Cuando llega la noche, hay muchos bares exitosos. Entre ellos, Bután, sobre el bulevar Mendoza, con una terraza ideal para comer algo, tomar buenos vinos o cerveza artesanal entre los dragones ornamentales. Asimismo, si de alcoholes se trata, un comercio muy bien equipado es la vinoteca La Cava de Don Juan, con vinos, espumantes, delicatessen, puros… y hay que estar atento a las degustaciones.
Imperdible es el caserón aristocrático de 1913 en Monroe 3982, donde funciona el Museo del Whisky, sitio de interés cultural declarado por la Legislatura y considerado el museo de esta bebida más grande del mundo. Sí, supera al existente en Edimburgo. Su artífice es Miguel Ángel Reigosa, una figura internacional en la materia, mérito que le valió ser uno de los asistentes a un cumpleaños de la reina Isabel en el Palacio de Buckingham. Atesora una inmensa colección de etiquetas, estilos y procedencias, con cerca de 6.000 botellas en cuidadas vitrinas de señoriales ambientes con lustrosas escaleras y elegante boiserie. En los momentos de cata, el salón se engalana en detalles para hacer plena la experiencia.
En otro plan, quizás para un público definitivamente más joven por la música, se ha impuesto Orange, en la estratégica esquina de Triunvirato 5184 que termina en un vértice frente a un corredor peatonal. Tiene un subtítulo, “Chelsea Horror Hotel”, nombre que da pie a lo oscuro y luminoso a la vez, con una decoración en homenaje a la novela homónima de Dee Dee Ramone, músico de la banda estadounidense de punk rock The Ramones.