De tanto en tanto, el debate sobre una eventual dolarización de la economía argentina recobra vida. Entre las razones que lo explican vale la pena mencionar al menos las siguientes.
En primer lugar, la Argentina, durante las últimas siete décadas, no ha podido darle respuesta al desafío de tener una moneda sana o estable. Sólo en 13 años de los últimos 70 hemos tenido inflación de un dígito (y seis fueron en la década del noventa y otros tres en el arranque de este siglo). Sin una moneda estable no se puede crecer, el cálculo económico se vuelve imposible y la capacidad para ahorrar y movilizar domésticamente ese ahorro es prácticamente inexistente.
¿Existirá alguna estrategia cambiaria que se pueda implementar en 2023 con alguna expectativa de éxito?
La bimonetariedad de la economía argentina ha sido la respuesta endógena del sistema para suplir la ausencia de una moneda propia estable. El peso y el dólar se reparten las funciones (de medio de cambio, de unidad de cuenta y de reserva de valor) pero lo hacen de manera imperfecta ya que ninguna de ellas puede cumplir con todas a la vez. En el caso del peso, las limitaciones son de hecho, mientras que, en el caso del dólar, la limitación es legal. Por lo que resulta natural pensar, como evolución de la bimonetariedad, en levantar las restricciones legales para usar al dólar como medio de pago y de cuenta (darle curso legal) de forma tal que compita en un pie de igualdad (legal) con el peso. O bien, yendo a la opción más extre- ma: eliminar el peso y adoptar el dólar como única moneda.
Además, no es fácil ganar credibilidad y cambiar drásticamente y rápidamente las expectativas si no se percibe un cambio radical de la política económica. Y una forma de dar esa señal de cambio es a través de un nuevo arreglo cambiario monetario (entre los cuales la dolarización es una de las opciones). En parte porque eso ha sido así en la historia de Argentina (la mayoría de los programas económicos relativamen- te exitosos incluyeron un arreglo cambiario/monetario en un rol protagónico); en parte porque se puede instrumentar relativamente rápido, y en parte porque se ataca lo que se percibe como la razón del problema.
“Pensar de nuevo en una Convertibilidad con el dólar no parece conveniente”
Lamentablemente, es muy probable (y a veces, evidente) que entre sus proponentes hay quienes vean en la dolarización una suerte de atajo. Básicamente porque creen que la señal que da la adopción de un nuevo régimen cambiario/monetario puede ser por sí misma tan fuerte, que alcanza y sobra para estabilizar y torcer las expectativas. Un nuevo diseño monetario permitiría comprar tiempo para ir haciendo lo que hay que hacer; porque, entienden, que, con una macro estable, sin inflación, es más fácil llevar adelante una agenda fiscal y estructural antipática.
Y aquí yace un riesgo importante a la hora de evaluar la viabilidad de una dolarización o cualquier otro régimen monetario en Argentina. Porque, atención: cualquier régimen monetario es vulnerable mientras predomine la indisciplina fiscal. Por lo que, para discutir un régimen cambiario que sirva como instrumento de estabilización, el ajuste o la austeridad fiscal es una condición necesaria irrenunciable. Y dejar para más adelante la agenda fiscal ha sido, es, y seguirá siendo una invitación a posponer la austeridad y dejar con vida la dominancia indefinidamente.
De ser esto así, cabría preguntarse entonces, para qué impulsar un determinado arreglo cambiario/monetario si después de todo lo que importa es si habrá o no una firme determinación de alcanzar el equilibrio fiscal.
Una respuesta posible es que necesitamos mostrar desde el vamos y rápidamente que el set de política económica se modifica por completo. No más déficit fiscal y no más emisión monetaria para financiarlo por diseño y no sólo como resultado de un compromiso de determinados funcionarios (o de resultas de un compromiso con el FMI).
Es probable (y a veces evidente) que entre los prepotentes de la dolarización hay quienes ven esa esa estrategia monetaria como una suerte de atajo
Además, un régimen que para ser sustentable requiera eliminar el financiamiento inflacionario del déficit podría frenar inercias inflacionarias rápidamente. Pero, atención: incluso la dolarización total es vulnerable a la falta de aus- teridad e indisciplina fiscal que caracterizan a la economía argentina. No es aventurado pensar que ante la primera dificultad que se presente, algún próximo gobierno, emita una cuasi-moneda con el fin de financiar al fisco. Tal como su- cedió hacia finales de 2001, cuando la Convertibilidad ponía límites estrictos a la emisión del BCRA. La diferencia con aquél entonces es que no haría falta usar siglas o nombres creativos (Patacón) porque se la podría llamar peso.
Ahora bien, ¿existe algún arreglo cambiario/monetario que se pueda implementar en 2023 con alguna chance de éxito? Y, al mismo tiempo, ¿existe alguno que sea inquebrantable o inviolable?
En primer lugar, pensar de nuevo en una Convertibilidad con el dólar no parece conveniente. Está desprestigiada. Además, se implementó en momentos en que el nivel de monetización de la economía argentina era bajísimo. Ése no es hoy el caso. Hoy la cantidad de pesos de la economía es alta en términos históricos y no sería fácil respaldar con dólares la base monetaria. O haría falta una devaluación de una magnitud histórica. (Esa es la situación actual y es probable que sea la misma a fines de 2023). Segundo, quienes proponen la dolarización lo hacen desde dos soluciones alternativas. La más extrema pasa por la sustitución total de los pesos existentes por dólares. En tal caso, hay que definir varias cuestiones; la más importante es a qué tipo de cambio se convierten pesos por dólares.
Como muestran los datos oficiales, la escasez de reservas cantantes y sonantes y la exuberancia de pasivos en el balance del BCRA torna prácticamente impensable que se pueda llevar a la práctica este tipo de dolarización a menos que se cuente con un financiamiento excepcional de parte de algún organismo internacional o del Tesoro o de la Reserva Federal norteamericanos.
Por cuanto, convalidar los tipos de cambio que surgen de los datos no sería lógico (como para usar la palabra más suave que me viene en mente).
La otra alternativa es declarar el curso legal del dólar y permitir que “compita” con el peso en todas las funciones de éste. En este caso, no sería necesario establecer un tipo de cambio conversión por cuanto no habría sustitución física forzosa. El tipo de cambio sería único y totalmente libre. Se trataría básicamente de permitir la libertad de elección de monedas (el deudor elige la moneda: el empleador, el que paga impuestos, el que paga algún consumo, etcétera).
No hay ningún arreglo cambiario que sea invulnerable a la disciplina fiscal. Ninguno
Mientras la variante extrema de dolarización es casi impracticable, la opción débil de darle al dólar curso legal y fomentar la bimonetariedad podría ser una opción hasta tanto se deje atrás la inflación como fenómeno endémico y el peso vuelva a recuperar su capacidad para servir plenamente como medio de pago y de reserva de valor. Pero, vale la pena insistir, que cualquiera sea el caso, la clave será mostrar de manera permanente un fuerte compromiso con el equilibrio fiscal. No hay ningún arreglo cambiario que sea invulnerable a la indisciplina fiscal. Ninguno.
*Director y editor de [email protected] económicas
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