7 agosto, 2025

México: el horror se normaliza y la conciencia se duerme!

Vivimos en un país donde la compasión se volvió un filtro de Instagram: se activa solo si la tragedia es estética, extranjera o trending. No es que seamos insensibles. Es que nos hemos vuelto expertos olímpicos en el arte de no sentir. Sentimos lo justo para parecer humanos y moralmente superiores, pero nunca tanto como para hacer algo al respecto.

Esta semana, México volvió a ser tendencia por lo de siempre: asesinatos. El delegado de la FGR en Reynosa, Ernesto Vázquez Reyna, fue ejecutado con una granada lanzada desde una camioneta. Sí, fue escándalo. Sí, fue noticia. Pero también fue otro capítulo más en la larga serie del horror nacional. No fue una serie de Netflix con John Cena: fue la vida real. Aquí, la violencia no necesita efectos especiales ni soundtrack. Solo impunidad, rutina y scroll.

Mientras los progres de exportación se rasgan las vestiduras por Sydney Sweeney o cualquier trending topic con valores inclusivos, México rebasa las 130,000 personas desaparecidas. No es una cifra: es una tragedia histórica. Hay miles de fosas clandestinas, muchas aún sin abrir, otras rebautizadas como “hallazgos” para no manchar más el discurso oficial. Tan solo recordemos Teuchitlán, Jalisco, donde operaron hornos clandestinos con precisión industrial. Carolina Robledo lo dice claro: “Teuchitlán es una maquinaria industrial de desaparición, diseñada para deshacerse de cuerpos sin dejar huella”.

Y no es la única. Veracruz, Sinaloa, Colima, Chihuahua, San Luis Potosí, CDMX, Guanajuato, Guerrero, Tabasco, Estado de México, Tamaulipas, Sonora… el país entero huele a tierra removida y cuerpos ausentes.

¿Y la respuesta nacional? Nada. Ni un temblor en la conciencia, pero sí una estrategia milimétrica de cajas chinas para mantener al país distraído con el trending topic del día. Porque aquí el horror necesita competir con memes, reality shows y peleas de influencers para lograr al menos cinco minutos de atención. Y eso que ni siquiera hemos hablado del escándalo monumental del senador narcotraficante Augusto Gómez Villanueva, que en cualquier democracia decente habría provocado renuncias masivas, protestas y portadas internacionales; pero aquí apenas y logró colarse entre el video de un perro que baila salsa y una campaña de mezclilla con mensaje “inclusivo”. Porque cuando el horror es diario, deja de ser noticia.

La ciencia lo explica, aunque duela. Cuando una sociedad es expuesta crónicamente a la violencia, el cerebro se apaga emocionalmente. El sistema límbico, que regula nuestras emociones, reduce su actividad como mecanismo de defensa. Es decir: nos apagamos por dentro para poder seguir vivos por fuera.

Estudios con jóvenes mexicanos muestran que la sobreexposición a violencia —en redes, medios y la calle— modifica profundamente la respuesta emocional: las ejecuciones ya no provocan horror, las madres buscadoras se ven como notas costumbristas, y las fosas como puntos turísticos en Google Maps.

Eso sí: marchamos por Palestina, condenamos a Israel y nos buscamos explicar una campaña de marketing de pantalones para buscar a como dé lugar agregar el clásico “ismos” con el motivo de cancelar a la marca y la actriz. Pero cuando la guerra es nuestra… entonces preferimos mirar a otro lado.

Aquí, vivimos una guerra no declarada desde hace décadas, pero solo nos molesta cuando bloquea avenidas, interrumpe la Casa de los Famosos o cuando realmente terminamos siendo víctima colateral de un “incidente”.

No es que no nos importe. Es que ya no podemos más. La mente mexicana vive en modo avión: resistir, ignorar, avanzar. ¿El narco? Más eficiente que Amazon. ¿El Estado? Simula interés con comunicados y condenas chafas en sus redes sociales. ¿La ciudadanía? Repite resignada: “pues así está el país” o “yo voté por el menos pior”.

Pero no. No está así: lo hemos dejado estar así. Y cada vez que pasamos por una fosa nueva, una madre cavando con sus propias manos, una ejecución a un funcionario, periodista o ciudadano de a pie sin consecuencias, y no sentimos nada… es porque, aunque respiremos, ya estamos muertos en vida.

Pero eso sí, no se nos toque nuestra capacidad de indignarnos por campañas de marcas que ya no quisieron poner el arcoíris en junio, no sea que alguien nos diga que no tenemos conciencia social.

Bienvenidos a México, donde la guerra se vive todos los días, pero solo duele cuando no es nuestra. Viva México surrealista, cabrones.

L.C.C. y Psic. Luis Raúl Salinas Cordón
Licenciado en Ciencias de la Comunicación y Psicólogo
@cordon_salinas

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